El
ferrocarril de Zaragoza: Nudo gordiano ferroviario español. Memoria del siglo
XIX. Un paseo por un pasado desconocido de la ciudad. Tomo I.
Autores:
José Luis Torrecilla Cubero y Luis Lezáun Martínez de Ubago. Editorial
Comuniter
El día 2 de diciembre de 2025 fue presentado en Zaragoza este interesante y documentado libro, en el año en que se celebran los 200 años del primer ferrocarril en el mundo,
Esta obra recorre la historia ferroviaria de Zaragoza en el siglo XIX, Basada en fuentes primarias, ofrece una visión rigurosa y divulgativa de un pasado que configuró la Zaragoza contemporánea, la epopeya que forjó su modernidad desde la llegada del primer tren en 1861 hasta la conversión de la ciudad en un punto estratégico para el transporte en España.
Es un viaje al pasado que explica el presente es referencia imprescindible para cualquier
amante de la historia, la ciudad o el ferrocarril. Desvela debates, hechos y
decisiones poco conocidos que marcaron su desarrollo y cómo el ferrocarril se
erigió en motor de modernización.
Esta
historia la cuentan dos zaragozanos de pro: José Luis Torrecilla—ferroviario,
abogado y economista— y Luis Lezáun—doctor ingeniero industrial y catedrático
de la Universidad de Zaragoza.
El
16 de septiembre de 1861 el primer tren llegó desde Barcelona a la estación
entonces terminal del Arrabal, desatando una revolución. Dos días después, la
línea a Pamplona completaba el sueño inicial desde una modesta
estación-barracón en el histórico Campo del Sepulcro.
Durante décadas, Zaragoza vivió una lluvia de proyectos. ¿Una estación única junto a la Aljafería? ¿Un ramal atravesando el Paseo de la Independencia como escaparate urbano?. El Ayuntamiento temía que las vías se convirtieran en un cinturón de hierro que frenara el ensanche urbano. Las compañías defendían sus intereses. El Gobierno mediaba sin éxito. ¿sería Casetas la gran estación central? ¿Se construiría en el Campo del Sepulcro, donde hoy se alza el CaixaFórum?
En
1871, un puente metálico sobre el Ebro, donde hoy se encuentra el puente de la
Almozara, selló el primer enlace entre líneas cruzadas por trenes que unieron
el noreste, el norte y el centro de España durante décadas. El enlace estaba
hecho, pero la ciudad seguía sin estación definitiva. El problema era más que
técnico, político, social y económico.
En
aquellos años, en Zaragoza, la estación del Arrabal se alzaba como una puerta,
coronada por una marquesina metálica. Hoy, despojada de su alma ferroviaria,
sobrevive como Centro Cívico.
A
pocos kilómetros, la estación soñada por León Cappa nació con la ambición de
unir el carbón de Teruel con el Ebro navegable en Escatrón. Y entre estas Campo
del Sepulcro, donde reposaban los cadáveres de la guerra de sucesión y se libró
la Batalla de las Eras en la Guerra de la Independencia, un campo que fue
sepultura y escenario de heroísmo, convertido en germen del ferrocarril.
Y sobre ese suelo, unos barracones que acogieron las primitivas estaciones de las líneas de Madrid y Pamplona. Después, el edificio de la Compañía del Mediodía, y más tarde la moderna Zaragoza-Portillo. Tres estaciones, tres épocas, tres latidos sobre un mismo corazón de tierra marcada por la historia. En 1896, la nueva estación del Campo del Sepulcro abrió sus puertas, con el mismo contratista que había realizado obras emblemáticas como el Paraninfo, antigua Facultad de Medicina una de las primeras localizaciones barajadas para una estación central. Allí nació la Zaragoza moderna.
De
ese laberinto de acuerdos nació una nueva línea que unió Zaragoza y Barcelona
por Caspe, logrando crear el segundo gran enlace ferroviario de la ciudad, esta
vez por el sur, de la mano del ilustre ingeniero Eduardo Maristany, clave en la
historia ferroviaria española.
Para
abrirle paso, la ciudad aceptó una herida: una zanja que la atravesó y que
durante más de medio siglo fue cicatriz urbana. De aquella hendidura nacerían
las avenidas de Goya y Tenor Fleta.
Y
aún había más estaciones: la de ancho métrico de la línea Zaragoza–Cariñena, de
1887 impulsada por el comercio del vino, derruida en los años cincuenta; y la
del barrio de Casetas, convertida en un punto neurálgico, lugar de trasbordo
mucho tiempo eclipsó a la propia Campo del Sepulcro.
Estos
son algunos de los aspectos desvelados en la primera parte de esta historia
apasionante y decisiva en esta importante ciudad española en la que el
ferrocarril siempre ha sido protagonista.
A continuación incluyo el epílogo del libro que he tenido el honor de firmar:
EPÍLOGO
Al recibir el encargo de prologar o “epilogar” un libro, la primera obligación obvia es leerlo y, aun teniendo interés en su lectura, siempre existe la posibilidad de que carezca de atractivo, no esté adecuadamente documentado, o no esté bien escrito, pues no es infrecuente que excelentes profesionales o divulgadores no hayan sabido contar algo con rigor, gracia e interés.
No es el caso de este libro,
que es ameno, inteligente y bien escrito, un libro que instruye deleitando,
haciendo honor a la máxima horaciana “prodesse et delectare”.
Este libro sobre el ferrocarril en la ciudad de Zaragoza trasciende lo
ferroviario y da cabida a la ingeniería, la historia, el urbanismo y la
geografía, en una capital que no es una ciudad cualquiera, ya que la capital
aragonesa ofrece claves extrapolables a toda España, por su tamaño y, sobre
todo, por ser enclave y encrucijada -nudo gordiano- de primer orden.
La historia ferroviaria española se refleja a escala reducida en la
capital del Ebro. En ella desfilan estaciones y compañías de importancia,
cuestiones urbanísticas relevantes y, en general, numerosas facetas poco
conocidas, o completamente desconocidas, no solo para el lector no iniciado,
sino para aficionados y profesionales que creíamos saber lo sustancial sobre el
ferrocarril en nuestra ciudad.
Desde el principio se percibe el amor por el universo ferroviario y el
extenso conocimiento de Luis y José Luis, fruto de un trabajo de investigación
ciclópeo que ofrece más de lo que el título indica, pues no es una especie de
tratado de ferrocarriles dirigido sólo a los muy expertos o muy aficionados,
sino un libro divulgativo, una historia viajera y ferroviaria que, por su sencillez,
recuerda aquel aforismo de Coco Chanel cuando afirmaba que “la simplicidad es
la clave de la verdadera elegancia”.
Esta obra, en su primera de varias partes, va a ser un libro de
referencia, casi definitivo sobre la historia del ferrocarril en Zaragoza, con
todo lo que la importancia de nuestra ciudad implica. Ojalá sea también un
estímulo para nuevos estudios similares de otras ciudades españolas y su
relación con ese protagonista de la historia contemporánea que es el
ferrocarril.
Es un honor y un privilegio colaborar con este modesto epílogo a una
obra valiosa por sus méritos literarios, pero, sobre todo, por ser los autores
compañeros de viaje en todos los sentidos; profesionales y personas admirables
y ejemplares en sus ámbitos docente y ferroviario, cuyas travesías he compartido
y seguido de cerca. Son colegas y amigos de esos que, recordando a Unamuno, son
como “cada amigo que ganamos en la carrera de la vida nos perfecciona y
enriquece más aún por lo que de nosotros mismos nos descubre, que por lo que de
él mismo nos da”.
Alfonso Marco Pérez
Ferroviario e historiador






